Todo estaba en calma, de repente se desencadenó la tormenta y arrasó con todo lo que encontró.
Durante las últimas semanas hemos sido conscientes del alto poder destructor que tiene la naturaleza. El mar y la tierra están llenos de una enorme carga de energía potencial, ésta permanece acumulada durante muchísimo tiempo sin producir efecto alguno sobre nosotros. En un momento se manifiesta, siempre de forma violenta, incontrolada y con efectos impredecibles.
Los seres humanos hemos convivido con las fuerzas de la naturaleza durante toda nuestra historia, hemos sabido adaptarnos a ellas, superar sus efectos, casi siempre negativos. Hemos desarrollado una alta capacidad resiliente.
Los últimos sismos que han afectado a México, los tifones y huracanes que se originan en la zona ecuatorial y que afectan a la zona atlántica del continente americano y a la pacífica del continente asiático, poseen tanta energía que sus desvastadores efectos se hacen patentes a lo largo de sus trayectorias.
Nada podemos hacer. Para los tifones y huracanes disponemos de sistemas de alerta temprana, satélites meteorológicos, que permiten evacuar las zonas afectadas. Todavía no disponemos de sistemas que nos alerten de la llegada de los movimientos telúricos.
Nos queda la esperanza de que una nueva vida aparecerá en el territorio arrasado y que en el futuro seremos capaces de prepararnos mejor para sufrir menos.
